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Opinion | La credibilidad en peligro; el costo de callar o hablar por dinero: José Antonio Guarneros

José Antonio Guarneros.- Buen día Amigos de 385Grados, a partir de este día incursionaré en un género periodístico de opinión, esto con la única intención de emitir, precisamente eso, mi opinión sobre los acontecimientos más relevantes en nuestra sociedad.

Para empezar, iniciaré tratando de hacer una autocrítica en la labor periodística, y de cómo los medios de comunicación podemos influir o no, en la vida social, aunque a decir verdad considero que en Tlaxcala estamos atravesando por una “crisis” en materia periodística, pues no se hace, o por lo menos lo menos no lo observo, investigación sobre los temas en los que todos nos creemos expertos.

Es por ello que, desde mi punto de vista, los medios de comunicación o algunos comunicadores son “utilizados” por personajes, principalmente de la vida política para “filtrar” o “pasar el dato”, pero no podemos dejar de lado que eso conlleva un interés, el de denostar a sus rivales políticos.

Por ello, es muy importante analizar cuál es el costo de la credibilidad

EL COSTO DE LA CREDIBILIDAD

En el periodismo, como en toda profesión que vive de la confianza pública, la credibilidad es su capital más valioso. Un periodista puede ser agudo en su análisis, riguroso en su investigación y cuidadoso en la presentación de los hechos, pero si cede ante el dinero que le ofrecen las autoridades, ya sea para que hable bien de ellas o para que guarde silencio, está hipotecando su prestigio y traicionando el sentido más profundo de su labor que es informar con integridad.

El problema no es menor, pues hay quienes se presentan como voces críticas, implacables frente a las fallas de algunos personajes, pero que suavizan o silencian su pluma cuando el sobre se desliza bajo la mesa. En ese momento, el periodismo deja de ser servicio público para convertirse en mercancía, y el periodista en un “operador” más de intereses ajenos a la ciudadanía.

Aceptar dinero para callar o para elogiar no es un “acuerdo” inocente: es corrupción, y la corrupción, en el periodismo, no solo erosiona instituciones, sino que distorsiona la opinión pública y priva a la sociedad de información necesaria para tomar decisiones libres y conscientes.

La libertad de expresión no es un privilegio personal del periodista, sino un derecho de toda la sociedad. Quien la condiciona por dinero, la traiciona. Y aunque las autoridades que pagan y los periodistas que cobran puedan creer que su pacto queda en lo privado, sus consecuencias se viven en lo público y se traduce en menos transparencia, menos rendición de cuentas y más desconfianza hacia los medios.

Nada es más dañino para el periodismo que el periodista que presume seriedad, pulcritud y valentía, pero que en realidad es un mercenario de la palabra. Esos que critican con dureza a unos, pero bajan la voz o cambian de tema cuando el personaje, insisto, principalmente políticos o autoridades, hacen un “convenio”, les concede un contrato disfrazado de “servicio” o les paga favores con prebendas.

El daño es profundo. No se trata de una “transacción” inocente, sino de una traición.

Traición a la verdad, a la profesión y a la sociedad que cree tener en ellos una voz libre y honesta. Mientras estos falsos críticos se llenan los bolsillos, la gente recibe información manipulada, la opinión pública se distorsiona y la impunidad se fortalece.

El periodismo comprado es un aliado perfecto de la corrupción. Porque si el periodista calla, no hay quien exponga los abusos; si adula, no hay quien cuestione el poder; y si su pluma se arrodilla, el ciudadano queda indefenso.

La credibilidad no se construye con discursos altisonantes ni con trajes bien planchados. Se construye con coherencia, con independencia y con la capacidad de decir la verdad, aunque duela. Quien vende su voz por dinero pierde para siempre la autoridad moral para señalar a otros.

El periodismo comprado no informa, manipula.

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