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Opinión

Tlaxcala, grandeza que trasciende el tiempo: Vicente Morales Pérez

*Pensar, decir y hacer: responsabilidad de la 4T.

Tlaxcala no necesita gritar su historia: basta con pronunciar su nombre para que la memoria despierte. Esta tierra pequeña en tamaño y gigantesca en espíritu ha sido, desde hace siglos, raíz, conciencia y orgullo de México. Aquí comenzó el diálogo que dio origen a una nación.
Aquí, el pueblo tlaxcalteca enseñó al mundo que la fuerza no está en el poder, sino en la dignidad.

Caminar por la Ciudad de Tlaxcala es recorrer quinientos años de historia viva.
Sus calles empedradas, sus portales coloniales y su arquitectura equilibrada son testimonio de un pasado que no se ha rendido ante el olvido. En el Palacio de Gobierno, los murales de Desiderio Hernández Xochitiotzin narran la epopeya de un pueblo que sobrevivió al tiempo. Cada color, cada rostro, cada símbolo cuenta la historia de una civilización que resistió con sabiduría y que hoy sigue siendo alma de la patria.

El arte y la fe también florecen en el corazón del pueblo. En Huamantla, las alfombras de aserrín son un milagro que ocurre cada año: manos que pintan el suelo con flores, polvo y fe. Son cuadros efímeros que el viento se lleva, pero que permanecen en la memoria colectiva como un acto de belleza y devoción. Y en las cocinas, el pan de fiesta sigue siendo la más dulce metáfora de unidad y tradición.

Tlaxcala también habla en el idioma del maíz. Grano sagrado que alimenta, une y da sentido al campo. En sus valles, el campesino tlaxcalteca sigue sembrando con paciencia, leyendo las nubes, escuchando la tierra, heredando el saber del Metepantle, ese sistema ancestral que hoy el mundo reconoce por su sabiduría ecológica. El maíz es identidad, es cultura y es símbolo del pueblo trabajador que sostiene con sus manos el sueño de México.

El alma cultural de Tlaxcala se expresa en la palabra. Miguel N. Lira, poeta y dramaturgo, supo poner en letras el sentimiento profundo de nuestra tierra. Y el Teatro Xicohténcatl, joya arquitectónica y símbolo de nuestra vida artística, sigue siendo un faro donde las nuevas generaciones elevan la voz del arte, la palabra y la conciencia.

Pero Tlaxcala no vive solo en su historia, sino también en su presente.
El liderazgo de la Lic. Lorena Cuéllar Cisneros, desde los principios de la Cuarta Transformación, ha reafirmado la identidad de este estado como ejemplo de cercanía, justicia social y compromiso con la gente. Su gobierno honra la raíz y fortalece el futuro, demostrando que el humanismo, la cultura y la obra pública pueden caminar de la mano.

Tlaxcala es el rostro noble del país. En su himno resuena la lealtad; en su arquitectura, la memoria; en su pueblo, la esperanza. Aquí, donde la historia se toca con las manos, la transformación se siembra con hechos.

Porque Tlaxcala no es pasado: es destino. No es provincia: es cuna. No es silencio: es voz.
Y mientras haya un tlaxcalteca orgulloso de su tierra, Tlaxcala seguirá siendo —ayer, hoy y siempre— la raíz de México y el corazón de su transformación.

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